Podría haber utilizado en esta entrada otro título:“De qué lado queremos
estar los periodistas”, con permiso de Olga Rodríguez, que nos propone en eldiario.es un interesante tema de
debate. En su artículo se pregunta qué pasaría si la mitad de los periodistas que
cubren información política no acudiera a una rueda de prensa sin preguntas;
qué beneficios tendría que los compañeros reivindicaran su maltrecho derecho a
repreguntar si su interlocutor no contestara a su primera cuestión y qué consecuencias tendría que los periodistas mencionaran en esas convocatorias aquellos asuntos que sus jefes les han señalado como temas por los que no preguntar. En definitiva, como la autora subraya, debemos decidir qué función queremos tener en el actual contexto.
De un tiempo a esta parte,
se habla de manera frecuente de “periodismo de bufanda” a la hora de calificar
el comportamiento de aquellos profesionales de la comunicación que, por suerte
o por desgracia, realizan su labor en el ámbito del deporte y se identifican
con unos colores hasta límites inimaginables. Sin embargo, no pretendo ahondar ahora
en esa cuestión sino trazar un paralelismo con lo que está sucediendo –en mi
opinión- en el terreno de la política.
Desde que entramos en la
Facultad de Comunicación va calando el axioma de que los medios son
independientes pero poseen una marcada línea editorial. Pero en los últimos
años y con la irrupción de las redes sociales, el periodista a título
particular defiende no solo la opinión expresada por su medio sino que va más
allá y se convierte en el mejor líder posible de la oposición o en el mejor
portavoz de un gobierno, según el caso. Duras críticas siempre en la misma
dirección y, si acaso, algún reproche –eso sí, con tibieza, no sea que moleste-
en el sentido contrario. Aplausos y alabanzas hacia el gobierno de un
determinado color y defensa sin límites cuando éste se ve entre la espada y la
pared. En esos casos nunca está de más recurrir a situaciones similares en el
pasado con otros protagonistas, a las cansinas comparaciones entre dos
formaciones políticas o el “y tú más” que repetimos hasta la saciedad y que
tanto hartazgo provoca.
Todo el mundo sabe que no es
lógico ni habitual morder la mano de quien nos da de comer, pero también nos
enseñaron en la Universidad que la autocensura es la peor fórmula de
restricción de libertad de expresión.
Cuando leo algunos
comentarios de periodistas en Twitter o Facebook, tengo la sensación de que
provienen de un militante, de un político o de algún responsable de un partido. ¿Es
comprensible que las críticas vayan siempre, siempre, siempre en una misma
dirección? ¿Es necesario poner el foco constantemente en la misma persona
porque nos provoque animadversión? ¿Es conveniente defender hasta cotas
insospechadas la acción de un equipo de gobierno local, regional o central?
Está claro que somos periodistas las 24 horas del día y que tenemos nuestro
derecho –faltaría más- a expresar nuestras opiniones como cualquier ciudadano.
Sin embargo, ¿no estaremos cayendo –yo, el primero- en una especie de trampa
para formar parte del juego que ellos quieren? Hagamos un sencillo experimento y
veamos cómo somos capaces de encuadrar a un compañero, sin conocerle, en el
medio para el que trabaja leyendo sus comentarios durante un periodo de tiempo
determinado. Además, creo que tenemos una facilidad extrema para criticar aquello
que no nos atañe porque está fuera de nuestro ámbito territorial. Hagamos
examen de conciencia.
Por supuesto que debemos
ser siempre críticos. Pero con unos y con otros y huir de cualquier intento de
manipulación para convertirnos en instrumentos de los partidos políticos. No actuemos
como cómplices de manera voluntaria o indeseada de los discursos hegemónicos
sino de la verdad, por molesta que sea. Nos enseñaron que debemos publicar
aquello que no quieren que se publique. Un poco de autocrítica no nos vendría
mal. No se trata de tirar la
piedra y esconder la mano. Seamos críticos y honestos, y yo, el primero.
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